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sábado, 18 de mayo de 2013

"Cézanne, mi solo y único maestro"



     “¡Si conoceré yo a Cézanne! ¡Ha sido mi solo y único maestro! Aciertan ustedes si piensan que he analizado a fondo sus lienzos… He pasado años estudiándolos… ¡Cézanne! Era como el padre de todos nosotros. El era quien nos protegía…”[1] Con esa convicción expresaba Picasso el profundo vínculo que compartía con el pintor francés cuya fama y prestigio había aumentado progresivamente en los años posteriores a su muerte.


      Aunque antes de su muerte a Cézanne ya se le adjudicó una sala de exposición propia en el Salón de Otoño de 1905, fue tras    su fallecimiento en 1906 cuando se empezó a valorar su obra. Su primera exposición individual se produjo ese mismo año, en la Galería Bernheim Jeune, y en el Salón de Otoño de 1907 tuvo lugar una gran retrospectiva, que coincidió con la publicación de su correspondencia con Émile Bernard.


      Desde esos primeros momentos, se hace evidente el deseo que Picasso mantuvo durante toda su vida de vincularse al artista francés. Incluso intentó, en numerosas ocasiones, lograr la aprobación de Ambroise Vollard, quien había sido galerista de Cézanne.

     Picasso siempre creyó mantener una profunda conexión con el maestro francés, conexión que iniciaba con la identificación de sus propios nombres. Picasso convirtió a Cézanne en su maestro, en una figura paternalista que, a través de su propia experimentación, habría iniciado el cambio hacia una nueva experiencia estética. Vinculándose a Cézanne, Picasso intentaba introducirse dentro de la estela cezanniana y encontrar un punto de apoyo a partir del cual               desarrollar su propia experimentación.


     Cézanne organiza la composición de sus cuadros creando una perspectiva ambigua, lo que Merleau-Ponty denomina la “perspectiva vivida”, real, que cambia cuando el ángulo de visión del espectador varía. De esta forma, Cézanne eliminaba la noción tradicional de la perspectiva única y plasmaba “la suma de perspectivas de una escena que se habían acumulado en su subconsciente durante mucho tiempo”. En el caso del Picasso cubista, ese distanciamiento con respecto a la perspectiva única, le lleva a desarrollar la simultaneidad espacial que no es sino un paso más en la representación de la realidad.
                             
 Picasso, Composición con calavera, 1908 
          
Cézanne, Naturaleza muerta con cráneo, 1896-98

     En ese sentido, Picasso y Cézanne también comparten ciertas similitudes con respecto a su concepción de la pintura y, sobre todo, con respecto a su valoración de la actividad pictórica. Ambos artistas juegan con la idea del pintor como creador solitario, prefieren el diálogo directo y privado con la obra. Es conocido que Cézanne no permitía a nadie el acceso a su taller mientras pintaba y Picasso va a adoptar ciertos rasgos de ese ritual de la creación pictórica.
    Pese a sus similitudes, mientras que Cézanne empleaba una forma de trabajar más reflexiva y pausada, Picasso siempre prefirió la espontaneidad, la inmediatez y la improvisación, nociones que se reforzaron en sus relaciones con el Surrealismo. Cézanne era un pintor reflexivo, tardaba numerosos días en finalizar sus cuadros, su proceso de creación era tan pausado que en muchas ocasiones, mientras pintaba, presenciaba la putrefacción de la fruta que empleaba en sus bodegones. En Picasso siempre está presente la idea de improvisación, de cambio. La obra cambia conforme la ejecuta, tal y como se puede observar claramente en las fotografías que documentan la creación del Guernica. En ese caso, el pintor introduce modificaciones sobre el mismo mural, modificaciones que hablan de una obra en constante movimiento, en constante cambio, en constante evolución.

     En conclusión, pese a sus diferencias, es evidente que Picasso admiró siempre la obra de Cézanne e intentó adoptar el papel de sucesor del gran maestro francés. No podemos saber si fue fruto de su deseo de aprovechar la estela de Cézanne para lanzar su propia carrera artística o fruto de una sincera admiración por el artista francés, seguramente ambas opciones tuvieron un peso importante en la decisión de Picasso de mantenerse siempre tan cercano a la figura de Cézanne.



[1] Brassaï, Conversaciones con Picasso, Madrid, 1966, p. 108

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